miércoles, 23 de febrero de 2011

Rape

En una ocasión nos juntamos alrededor de un rape en salsa malagueña,- está bien compartir amistades rubias de labios prestados y güisquis en vasos de duralex.- la complicidad ya se corría entre las colillas de los fumadores exiliados, pero no nos fiábamos de nuestra mirada, - siempre hemos sido demasiado humildes y prudentes -. No sé describir la ropa que vestías, me faltan nombres precisos de costura,  pantalones negros, botas altas, jersey fino, chaqueta larga y gris, ibas elegante, atractiva, discreta, sensual, guapa. Me tuve que marchar, ese día tenía turno, y mastiqué el último hielo como si fuera el veneno del adiós. Me dejé todas las caricias entre las servilletas manoseadas de papel y la cuenta del restaurante.
Los días empezaban a no importar cuando estaba lejos de ti.

martes, 22 de febrero de 2011

Huelga General

Ya sabes, trato de recordar, a golpes, el tiempo separa los momentos de forma azarosa, apenas si importan los capítulos, solo distingo la luz del crepúsculo. El viernes - algo más lejos de ayer - olvidé mirar el santoral, en el último trago de la cerveza oí mi soliloquio pagano; lancé sin enfado el precio exacto sobre la la barra  y salí dejando el bar vacío,  estaba perdido en todas la calles hasta que me crucé con un pequeño grupo de hombres sin edad que, levantaban la cabeza y derrotaban la mirada; una pancarta callada, un peto sin esperanza y varias pegatinas de fondo rojo me recordaron un día de huelga general. Giré al oeste, buscando el camino que nos sirvió para huir de las consignas y del mundo. El cielo plomizo y sin gotas de lluvia, los almendros amargos sin flores, el camino sin hormigas ni caracoles, el aire sin vencejos y los pasos contados de dos en dos convertían  el paseo en melancolia, y no era eso. Me senté en un hito sin número, cerré los ojos, y te vi, cogida de mi mano, sonriendo, guapa, muy guapa, repartiendo la mirada entre árboles y caricias. Eso sí era recordar,  el regreso hacia la barra fue fácil, pero olvidé el porqué de la huelga general.

jueves, 17 de febrero de 2011

Nos conocemos

Recuerdo como te conocí. Un día paseaba por el parque, ensimismado, sin mirar a nada, las copas de los árboles dibujan rostros desconocidos en el cielo, los estorninos volvían del polígono industrial, la arena pintada de lluvia se escurría despacio entre mis sucios zapatos, y vi, me pareció, que una mujer se olvidaba un pañuelo blanco en el banco, no tardé mucho en llegar y comprobar que,   había  un libro abandonado, leí la portada:  haikus, "Lluvia menuda" de Susana Benet ; te llamé sin mucho convencimiento, solo para justificar la demora, pero seguí tu perfume,   cada vez caminabas más rápida, marcabas unos pasos que parecían una huida; también aceleré, la honradez se transformó en un juego extraño. Saliste del parque, gritaba tu nombre, venía en la primera página, vestías con una gabardina hueso - debajo de ella no era necesaria más ropa - y zapatos con poco tacón, el pelo rizado y guantes claros de piel.
Grité más fuerte tu nombre, - ese sería mi sino - y fuiste la última en mirarme, por fin paraste y agité el pequeño libro como un saludo para que comprendieras mi desorden, pero tus gestos no eran de alegría, ¿por qué? Me presenté con prudencia, y me espetaste, - lee la segunda hoja del libro - . En rojo y subrayado ponía, "para quién lo encuentre, una vez que lo leas, vuelve a dejarlo".
- Entonces me lo quedo? - Me viste la cara desorientada y sonreíste
- Sí, anda leelo y olvídalo en algún sito.
-  Adiós Daniela.
- Adiós.
Aún conservo el libro y hoy mientras lo vuelvo a leer, recuerdo como te conocí.

martes, 8 de febrero de 2011

La lectura

No conocía este cuadro de Picasso, hoy lo publican en los periódicos por el elevado precio alcanzado en la subasta – treinta millones de euros –.
Es la amante de diecisiete años Marie-Therese que tuvo en París, dicen que pretendía salir del aburguesamiento, pero yo creo que intentaba vivir eternamente, somos lo que vemos; también por eso me gustaba estar a tu lado.

sábado, 5 de febrero de 2011

Santoral


Ayer fue el primer viernes desde tu partida, ya sé, habrá otros muchos, cada uno con sus santos. Hoy he tomado un vermut rojo con aceitunas y sin conversación, recordando como nos encontrábamos en el mesón después del trabajo y, como tras unas breves cortesías,  impacientes nos preguntábamos por el santo del día elegido, nos mirábamos a los ojos, para calibrar la estrategia y después, entre tragos y tapas,  cada uno defendía con pasión escolástica su designación, deshuesábamos las historias buscando detalles desairados y originales,  en ocasiones nos reíamos y en otras era el inicio de una filosofía de barra y besos.
 Hoy me quedo con San Lucas de Demenna, Abad, conocido por su riguroso ascetismo y la realización de trabajos en el campo, para cambiar el desierto en jardín, huyó de los sarracenos y ayudó a los soldados heridos.  Ya ves, este asceta basiliano empezó la ecología en el siglo X. ¿A quién habrás elegido tú? Posiblemente a la Beata Isabel Canori Mora madre de familia, que tras haber sufrido mucho tiempo, con caridad y paciencia, la infidelidad del marido, angustias económicas y la persecución de familiares, ofreció su vida a Dios por la conversión, salud, paz y santificación de los pecadores, y entró a formar parte de la Tercera Orden de la Santísima Trinidad (1825). Sí, seguramente la habrías cogido, nos daría pasión para todo el fin de semana. Pero me quedo con mi abad; voy en busca de soledad y árboles.

jueves, 3 de febrero de 2011

Barra de bar

He vuelto a la barra que nos sirvió de horizonte en la despedida, es absurdo, tal vez padezca el mismo trastorno psicológico que provoca al asesino echar un última mirada. Pedí dos cervezas para disimular la espera, y para más tarde simular un olvido. Actuaba delante de la camarera, que de reojo notaba la sensación extraña de mi comportamiento, creo que dudaba entre si haría un sinpa o un atraco desolado. Opté por llenar las dos copas, y brindar. Saqué un librito de poesías que siempre llevo conmigo y leí algunas estrofas al azar, pero nada cambiaba, la puerta cada vez que se abría era como un golpe de segundero, sin sentido del tiempo. Me tomé otra dos rondas dobles y la camarera sonreía al abrir cada botella, ahora se no sabía si era un loco o un borracho. Le dejé a la vista mi libro y una libreta repleta de versos sin rima para que supiera que era un poeta en busca de un recuerdo olvidado, solo conseguí que se abandonara la duda, era un loco.
Invité yo a tus rondas y a las mías. Por una vez fui más generoso que tú.