lunes, 31 de octubre de 2011



Te dejo una esquina de playa sin título, esperando volver para contarte algo; atardece en otoño, la soledad no siempre es fría, distante tal vez...

lunes, 24 de octubre de 2011

Duero



Es fácil pasear entre el crujido amarillo del otoño y el Duero, las hojas acorazonadas de los álamos titilan como estrellas pecioladas - como atrapasueños - entre las ramas más altas; el sol cansado alumbra los últimos colores  ocres sobre el río y  los erizos castaños siembran el suelo del soto.
Miro a los lados, atrás y al cielo, para fijar mi presencia herrumbrosa en este paraje; medito sobre este mundo mítico, húmedo, limpio, buscado por las coordenadas del gps; tal vez, al caminar por los derrumbaderos encuentre el hueco para vivir que deja la naturaleza entre  las bayas venenosas y el ansia trenzada.
 Y sigo … piñas negras anidan en los primeros revuelos de los pájaros, los troncos grisean por los líquenes velludos que los abrigan y la corriente fría del agua se pavimenta con hojas marchitas de fuego. Una vela se va apagando, el sol es la llama, el río el pábilo, la tarde la cera azul  que se derrama.
La mano derecha queda suelta, sometiéndose a ella misma, los dedos se contraen calentando la sangre musculosa, buscando una ausencia que reconoce constante.
Atardece en la ermita de San Saturio y los colores del otoño remontan la sequedad de octubre.

jueves, 13 de octubre de 2011

Liberar un libro



Parece sencillo, si consideras a un libro maldito, liberarte de él, pero en el alma se guardan consignas  que te marcan irracionalmente. Me explico. Te recuerdo que mi educación primera fue en un colegio católico de sotanas y confesión y, aunque mi fe se quedó con mi juventud, no puedo evitar emocionarme con algún Cristo en Semana Santa y tampoco puedo deshacerme de las estampitas de Vírgenes o Santos - que guardo abandonadas entre los cajones - pues por el mismo motivo me resulta imposible romper un libro, parece que cometo un pecado de los de antes.
Daba vueltas a otras soluciones, siempre podría donarlo, pero estaría enviando una maldición a una biblioteca necesitada, con la posibilidad de que pasara por manos jóvenes e inexpertas. Entonces recordé una iniciativa rara con un nombre inglés "bookcrossing" que consistía en dejar un libro abandonado con una nota diciendo a quien perteneció, en qué lugar y una fecha, y solicitando al siguiente lector que una vez conclusa su lectura repita la operación. Parecía una buena idea, y para evitar que pasara por muchas manos lo liberaría sobre algún banco del parque, sin nota, allí, posiblemente, lo tomaría algún viejo con suficiente experiencia en el desencanto de la vida para que no le afectara el mal agüero, es como estar vacunados contra la gripe
Un día de otoño me tomé el día libre  y a eso de las once - pensando que es hora del paseo de las garrotas - me acerqué al parque más concurrido, encontré un banco en penumbra, parecía que solo ahí anochecía, un lugar ideal para el delito.
Eché un vistazo, nadie miraba, lo dejé disimuladamente y me alejé dando varios pasos rápidos al ritmo de los latidos de mi corazón - está claro que no sirvo para delincuente, antes de cometer el atraco sufriría un ataque cardíaco.
Cuando salía del parque, apenas si pasaron cinco minutos, no pude resistir la tentación de volver, eso sí, con disimulo, y ver si lo habían cogido. Me compré una revista en el quiosco cercano y volví, igual que los criminales vuelven. Me acerqué y de lejos se adivinaba que seguía allí, no sé si sentí alivio o desencanto.
En un banco cercano me senté bajo los rayos que compensaban el soplo frío de noviembre y empecé a ojear el último número de "Qué leer". No era capaz de concentrarme en ningún artículo. Pasaron algunas posibles víctimas pero no se percataban del regalo, tal vez debería haberlo envuelto en papel de navidad. A los veinte minutos, más o menos, se aproximó una mujer morena de mediana edad, vestía gabardina y perro, se sentó rozando el libro, pero no lo veía, solo estaba pendiente de su perro, se entretenía en lanzarle un falso hueso y fumar un cigarrillo...

Otra separación


Me dices que no es bueno dejar la cosas a medias, es verdad, terminaré la historia.
Eulina, al cabo del tiempo llegó a mi casa y pasó de la puerta de entrada a la cocina moviendo acompasadamente la cabeza y las piernas y dejándose caer, con flaqueza y con estrépito en una silla baldada. Sacó del mismo bolso marrón el libro de Rosales y lo lanzó sobre la mesa igual que si repartiera naipes, dibujando una parábola ligera y provocando un chasquido de espadas al caer. 
- Ahí, lo tienes. Me ha parecido precioso, profundo, como si hablara de mi.- lo dijo sin levantar los ojos, tratando de ocultar la siguiente oración.
 Cuando un buen libro de poemas habla del lector presente, - malo, malo- las penas están ajironando el corazón como si fuera un sayo inútil.
Esperé en silencio, observando, hay ocasiones en que no se guardan fuerzas para saber nada de nadie, pero era inevitable. Ella aguardó a que se le formaran lágrimas en la garganta y me dijo lo que esperaba oír. 
- Me he separado de Javier. 
En ese momento lo único que se me ocurrió pensar era en la frase, - me he separado de Javier - de quién podía ser, si no de Javier? Pero ese nombre ya sonaba ajeno, raro, blasfemo.
El segundo pensamiento fue del libro, parecía un tanto maldito lo habían leído dos persona y ambas terminaron separándose, incluso a mi últimamente los ligues me iban peor que de costumbre. Seguí cavilando sin prestar atención a las penas de mi hermana, y me propuse deshacerme de los poemas,; un par de gemidos moderados me  volvieron a la realidad y consolé a Eulina con palabras y güisquis, una receta muy socorrida si no el doliente no es abstemio. 
El próximo día te relataré las estúpidas peripecias para alejar el libro.

jueves, 6 de octubre de 2011

Impresión

Observo que cada vez te escribo menos poesías,
pasan los días, las situaciones y los vértigos
y nada,
pero no temas, si es que temes, a nadie más dibujo
en nadie más distraigo las primeras hojas del otoño;
 continúo, como siempre,  buscándote en las estrofas ajenas
y soñando contigo en los desvelos,
y hoy que, por algún motivo, quería impresionarte
sin darme cuenta
me he visto reescribiendo mi último poema, "necesito tus labios azules"
como si hubiera olvidado
ambas cosas
y lo imaginara y lo compusiera de nuevo.

Me planteo si estaré perdiendo la vista poética
-         la poesía es una forma de mirar -
o es la memoria en zigzag que causa estragos
o tal vez evolucione en el silencio,
mudando el exoesqueleto como las arañas en la niebla.

Sin escribir poemas,
- entiéndeme Daniela,-
me estoy conformando con ser parte del mundo aulofóbico
acepto la resignación de la humildad
permanezco indiferente al movimiento útil del tiempo
me alejo de la heridas que trae la derrota,
tal vez me esté liando,
son cosas mías.

Y llevo varias tardes partiendo las frases
como si fueran versos
rompiendo las oraciones
en función de la distancia
y  poco más.

Tendré que esperar mejor ocasión
para impresionarte.

lunes, 3 de octubre de 2011

Eulina II


Nos quedamos calladamente solos, sentados en la cocina, rematando los sabores con dos piedras de Jack Daniel´s y cavilando sobre si empezar una conversación de desamor y esperanzas o seguir bebiendo hasta que llegaran  canciones de ron y lluvia.
Mi reloj estaba parado y el güisqui se derretía entre el hielo, mi único tema de pensamiento últimamente era Rosales, así es que, saqué de mi bolsito el libro manoseado que llevaba como un amuleto obsesivo a todos lados  y le comenté la parte de su vida que enlazaba con la muerte de Lorca y la injuria escarlata que le marcó para siempre. De esa manera conseguí mantener un equilibrio entre la bebida y el desánimo de Eulina. La tarde pasó entre lectura entusiasmada de versos subrayados.
Recuerdo que le entusiasmaron estos:

"Por consiguiente, mientras sigas enamorado no vas a descansar,
el paraíso es necesario volver a hacerlo cada día
pues cuando el corazón llega a la cumbre se queda a la intemperie" L.R.

Cada uno encuentra lo que necesita. Le dejé el libro y la animé para que marcara sus preferencias . Se lo guardó, sin más ruegos, en su bolso enorme y marrón.
Cuando se marchó pensé que se llevaba el destino escrito, solo debía interpretar las runas.