El mar deja de ser mar al acariciar la arena, el mar vuelca baldes de agua sobre castillos infantiles, el mar sigue lleno de peces sin destino y barcos que lanzan cañas aburridas. El sol madruga.
No hace frío, ni calor, bastón, sombrero, todo vale para caminar hacía las casamatas en busca de pólvora y de república.
Flores amarillas, algas, insectos de colores dormidos entretienen el amanecer.
Voy solo, mirando provocadoramente al naranja del horizonte, retando a la brisa, pero no aguanto mi propio desafío y cabizbajo sigo. Nunca supe pelear.
Prefiero cuando compartíamos los pasos repetidos y secos. Si estoy contigo, Daniela, no necesito hablar del mar.
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