Anteayer salí de paseo, no es raro, ¡te he contado ya tantos !, y cada uno suena distinto, tal vez porque son momentos para mirar de otra manera, porque me detengo más en los pasos, y me distraigo entre los surcos de algunos campos que verdean, agachándome a ver el perfil. Algún paisano, que también pasa a su modo, cree que el trigo es mio, y que apunto meticulosamente en la libreta lo milímetros de cada espiga. Se nota en la forma de mirar.
Olía a frío y humo, lo justo para volverse, buscar sin encontrar y seguir. Una bolsa de plástico polvorienta y agrietada se confunde, en un árbol de invierno, con una tela de araña. La higuera ha perdido su identidad y queda reducida a unas ramas desordenadas, leñeras, pinchudas y hambrientas.
Ayer, con más pereza, no repetí ese camino, al llegar al primer desvío continué recto, como si volviera de Santiago, recogí una vara para protegerme de los ladridos y de los ciclistas maleducados y cuando dejó de sonar la música regresé sobre mis huellas cojas.
Fueron paseos demasiado largos, sin ti, Daniela. Hoy me resigno a leer y a descansar cincuenta huesos.
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