domingo, 26 de junio de 2011

Paseo III

No me canso de volver en los fines de semana, repetir el camino hollado y polvoriento; cada sábado encuentro una arruga nueva, voy conociendo los nombres de las ramas, el tiempo de maduración de las sombras, el olor de los árboles, los ladridos enrejados y el escondido vuelo de las palomas. Y siempre descubro un anuncio nuevo. El último. Una foto pegada a la hierba con cuatro mordiscos de celo en la que se buscaba a Irina. No ponía fecha, unos ojos tristes, dos números de teléfono, las características, la promesa cierta de una recompensa, el color predominante del pelo y el mestizaje. Ese día, miré entres genistas, dientes de león y árnicas, pero solo encontré ausencia y las plumas dibujadas de un pájaro en el asfalto, sin hormigas.
Han limpiado las flores secas de la ribera y segado el trigo y las amapolas, pero aún queda alguna, las más íntimas, destacan los pétalos entre el marrón granulado del verano.
Me quité la camiseta, tras el primer silencio, para disfrutar de los primeros rayos del amanecer y aprender a desnudarme antes de estar solo. Me detengo para arrancar las flores y clasificarlas en el olvido, una y otra vez, sin mayor sentido, sin prisas, guardándome en el bolsillo el polen doblemente dorado del aire.
Los soplos de levante reclinan solo a los pequeños árboles de Judea, busco un mensaje desde la costa. Tal vez más tarde.

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