jueves, 13 de octubre de 2011

Liberar un libro



Parece sencillo, si consideras a un libro maldito, liberarte de él, pero en el alma se guardan consignas  que te marcan irracionalmente. Me explico. Te recuerdo que mi educación primera fue en un colegio católico de sotanas y confesión y, aunque mi fe se quedó con mi juventud, no puedo evitar emocionarme con algún Cristo en Semana Santa y tampoco puedo deshacerme de las estampitas de Vírgenes o Santos - que guardo abandonadas entre los cajones - pues por el mismo motivo me resulta imposible romper un libro, parece que cometo un pecado de los de antes.
Daba vueltas a otras soluciones, siempre podría donarlo, pero estaría enviando una maldición a una biblioteca necesitada, con la posibilidad de que pasara por manos jóvenes e inexpertas. Entonces recordé una iniciativa rara con un nombre inglés "bookcrossing" que consistía en dejar un libro abandonado con una nota diciendo a quien perteneció, en qué lugar y una fecha, y solicitando al siguiente lector que una vez conclusa su lectura repita la operación. Parecía una buena idea, y para evitar que pasara por muchas manos lo liberaría sobre algún banco del parque, sin nota, allí, posiblemente, lo tomaría algún viejo con suficiente experiencia en el desencanto de la vida para que no le afectara el mal agüero, es como estar vacunados contra la gripe
Un día de otoño me tomé el día libre  y a eso de las once - pensando que es hora del paseo de las garrotas - me acerqué al parque más concurrido, encontré un banco en penumbra, parecía que solo ahí anochecía, un lugar ideal para el delito.
Eché un vistazo, nadie miraba, lo dejé disimuladamente y me alejé dando varios pasos rápidos al ritmo de los latidos de mi corazón - está claro que no sirvo para delincuente, antes de cometer el atraco sufriría un ataque cardíaco.
Cuando salía del parque, apenas si pasaron cinco minutos, no pude resistir la tentación de volver, eso sí, con disimulo, y ver si lo habían cogido. Me compré una revista en el quiosco cercano y volví, igual que los criminales vuelven. Me acerqué y de lejos se adivinaba que seguía allí, no sé si sentí alivio o desencanto.
En un banco cercano me senté bajo los rayos que compensaban el soplo frío de noviembre y empecé a ojear el último número de "Qué leer". No era capaz de concentrarme en ningún artículo. Pasaron algunas posibles víctimas pero no se percataban del regalo, tal vez debería haberlo envuelto en papel de navidad. A los veinte minutos, más o menos, se aproximó una mujer morena de mediana edad, vestía gabardina y perro, se sentó rozando el libro, pero no lo veía, solo estaba pendiente de su perro, se entretenía en lanzarle un falso hueso y fumar un cigarrillo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario