jueves, 13 de octubre de 2011

Otra separación


Me dices que no es bueno dejar la cosas a medias, es verdad, terminaré la historia.
Eulina, al cabo del tiempo llegó a mi casa y pasó de la puerta de entrada a la cocina moviendo acompasadamente la cabeza y las piernas y dejándose caer, con flaqueza y con estrépito en una silla baldada. Sacó del mismo bolso marrón el libro de Rosales y lo lanzó sobre la mesa igual que si repartiera naipes, dibujando una parábola ligera y provocando un chasquido de espadas al caer. 
- Ahí, lo tienes. Me ha parecido precioso, profundo, como si hablara de mi.- lo dijo sin levantar los ojos, tratando de ocultar la siguiente oración.
 Cuando un buen libro de poemas habla del lector presente, - malo, malo- las penas están ajironando el corazón como si fuera un sayo inútil.
Esperé en silencio, observando, hay ocasiones en que no se guardan fuerzas para saber nada de nadie, pero era inevitable. Ella aguardó a que se le formaran lágrimas en la garganta y me dijo lo que esperaba oír. 
- Me he separado de Javier. 
En ese momento lo único que se me ocurrió pensar era en la frase, - me he separado de Javier - de quién podía ser, si no de Javier? Pero ese nombre ya sonaba ajeno, raro, blasfemo.
El segundo pensamiento fue del libro, parecía un tanto maldito lo habían leído dos persona y ambas terminaron separándose, incluso a mi últimamente los ligues me iban peor que de costumbre. Seguí cavilando sin prestar atención a las penas de mi hermana, y me propuse deshacerme de los poemas,; un par de gemidos moderados me  volvieron a la realidad y consolé a Eulina con palabras y güisquis, una receta muy socorrida si no el doliente no es abstemio. 
El próximo día te relataré las estúpidas peripecias para alejar el libro.

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