jueves, 28 de julio de 2011

Maleta

Ele subrayaba los versos de dolor, los de nostalgia y los de amor profundo mientras suspiraba en azul. Confundía la recopilación de poesías con un libro de autoayuda, como si guardara sortilegios escondidos entre las hojas otoñadas. Al terminar el libro repasó sus últimas muescas;

"la lentitud de esa caricia que se va convirtiendo en un pétalo",

"Más temprano o más tarde lo que vuela se aleja;
este es el precio de vivir"

¿Cómo eran sus caricias?, Ahora formaban parte de un rito previo, obligado por la moda de las revistas   en color pero, entre ellos, solo era una fórmula cortés para emborrachar el silencio y comenzar un desahogo estadístico. ¿Dónde estaban las caricias contenidas de embeleso y admiración?  Recordaba las miradas, ya abandonadas, que se perdían entre su escote o entre los labios, que recorrían sus ojos y su cintura, entre tiernas y lujuriosas. Ahora Tomás, apenas parpadeaba para reconocer su presencia aunque se ajustara la sensualidad después de cenar.

Seguía preguntándose.

¿Volaba, vivía?

Tenía que hablar. Tomás también debería hablar.

De repente ansiaba bajar la maleta - siempre se encuentran en alto - y guardar lo imprescindible para huir.
Dos hijos y un cepillo de dientes.

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