sábado, 13 de agosto de 2011

Absenta

Pero la sonrisa no aguantó mucho tiempo. Le acaricié la mano, con cariño infantil, se levantó y se abrazó sin distancia sobre mi, dejándose sentir.
 - Lo sé, Daniela, es poca sensibilidad. No era momento para dibujar su cuerpo, pero ¿qué quieres que te diga?. Aún no sabía lo que le pasaba, la sonrisa me hacía presumir la ausencia de enfermedades familiares y el cuello se encontraba abandonado debajo de mi boca...Pero me comporté como un amigo, separándola le pregunté.
 - ¿Dime qué te pasa, que me tienes en ascuas?.
Cuando me contó que había roto con Tomás no participé en su pena, y no sé muy bien por qué, hay cosas que te entristecen y otras que no,  tal vez pensaba que en las fotos salían descuadrados, o no los veía sonreír acompasados, o se emborrachan sin equilibrio, no sé....
Nos sentamos en  el sofá, medio en frente, medio de lado, chocando alguna rodilla, y juntando las dos manos de vez en vez, pero de esa manera que se puede notar - si quieres - la ajenidad de la manos o te puedes hacer el casual, donde las palabras pasan a susurro y te ensimismas en la próxima caricia eventual.
-  ¿Me entiendes, Daniela. ?
Serví dos güisquis con hielo, con mucho hielo. Mientras enfriaba las manos pensé en lo estúpido que estaba siendo, no llevaba traje de baile. Cada cosa a su tiempo.
- No tengo nada más - le dije a Ele - salvo una botella de absenta  para casos de emergencias literarias. Se lo dije con gracia, no con pedantería, y provoqué otra sonrisa que me volvía a distraer.
Seguimos hablando durante mucho tiempo, discurría la conversación entre los cambios de la separación y el libro que seguía sobre la mesa. Cada vez que hablábamos de poesía  conteníamos los labios.

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